Por Jorge Laborda Molteni (*)
No sabemos muy bien de dónde ni por qué ni cómo apareció el coronavirus y nos cambió la vida, se presentó casi sin avisar, no hubo tiempo. El mundo que se declaraba a sí mismo el más avanzado científica, tecnológica, social y económicamente de toda la historia demostró fragilidad y desconcierto. En estado de zozobra a merced del poder de este virus que ha infectado a la humanidad y no distingue entre clases sociales, países ricos y pobres, ni fronteras.
La adversidad e incertidumbre frente a la catástrofe epidemiológica que transitamos es mucho más que un evento disruptivo y/o un cambio de paradigma. Todo indica que, además de ser un elemento catalizador de transformaciones profundas e irreversibles se trata de un cambio de época y no una época de cambios.
Lo previsible se ha vuelto incierto. Para preservarnos hemos tenido que perder, en gran medida, nuestra vida cotidiana, la reclusión nos ha sido impuesta, un modo de vivir ha colapsado. La tragedia arrasó nuestras costumbres, las inhabilitó. El confinamiento impone escenas que nunca vimos y, tal vez, nunca volvamos a ver.
Una cultura construida sobre la base del desplazamiento se convirtió en un mundo de la inmovilidad masiva, de centenares de millones de personas confinadas, inmóviles, aisladas que esta nueva realidad genera grandes desafíos psíquicos, también filosóficos. Todo se ha alterado.
El mundo hoy es un hospital general, la enfermedad y la muerte por contaminación han vuelto a golpear a nuestra especie.
Fue Albert Camus quien supo brindarnos en su novela La peste, un escenario de conflictos en los que podemos reconocer la atmósfera agobiante de estas horas, también orientación en tiempos de desconcierto en su relato también profético.
¿Bill Gates 2015, una profecía ?
Cuando las palabras “Wuhan” y “coronavirus” eran absolutamente ajenas a la mayoría de nosotros, el cofundador de Microsoft y filántropo Bill Gates se convirtió impensadamente en uno de los referentes globales en la lucha contra la pandemia. En una charla TED en 2015, refería que la próxima gran amenaza de la humanidad no sería una guerra sino una pandemia, también expresado en un paper de su autoría en The New England Journal of Medicine, The Next Epidemic, Lessons from Ebola tal cual estamos viviendo en estos momentos, su escalofriante predicción de entonces.
En la actualidad, tanto él como Anthony Fauci (director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas) mencionan que podrían pasar 18 meses más para que la vida vuelva a la normalidad o casi. En 2014, Barack Obama también había alertado sobre una posible pandemia y llamó entonces a “prepararse” para enfrentarla invirtiendo en ciencia y salud, y señalando que la llegada de una enfermedad desconocida en un mundo globalizado tendría una velocidad de contagio mucho más rápida. La ciencia aún no ofrece amparo. Estamos ante una peste inédita que se muestra, por el momento, invulnerable a una derrota.
Valor de la vida …
Solo el temor nos pone a resguardo, a veces, de esta trágica intemperie que vivimos. El miedo y el temor no se equivalen. El temor es intuición de una amenaza. Preaviso. El miedo es esa amenaza consumada. En nuestro país impactó mucho lo ocurrido en Italia y en España, en esa línea fina entre el miedo útil y la parálisis por el terror.
Frente a ópticas muy autorizadas, que anticipan un escenario de prolongada catástrofe, es oportuno recordar las palabras que por estos días dijera el casi centenario Edgar Morin: “El confinamiento podría ser una oportunidad de desintoxicación mental y física, que nos permitiría seleccionar lo importante y rechazar lo frívolo, lo superfluo”- Una crisis por profunda que sea en este mundo con miedo que genera indefensión ante un mal implacable, es siempre una oportunidad.
Pese a los grandes adelantos que la han prolongado, la pérdida de valor de la vida humana es el signo distintivo de nuestro tiempo. Puesto al servicio del poder, el progreso se ha desentendido de la ética. Ese desamparo esencial ha bastado para que el miedo se afianzara en nosotros allí donde la prevención en salud, el confort y el desarrollo del saber parecían destinados a desarraigarlo.
El confinamiento por algo es una de las experiencias más temidas, y quienes logren transitar una cuarentena sin mayores problemáticas tendrán un recurso extra a la hora de salir, la resiliencia, es decir, la capacidad de sobreponerse a una situación traumática.
Lo que hoy se advierte es el espesor de la confusión en la que vivíamos, atrapados en la civilización de la excitación materialista y consumista ignorando la fugacidad de la vida, su finitud, también ámbito de eclosión de lo inesperado. El filósofo e investigador libanés Nassim Taleb elaboró la metáfora del cisne negro para expresar un suceso sorpresivo de alto impacto, la sorpresa que quiebra lo esperado. La pandemia para el propio Taleb sería un “rinoceronte gris”, porque era previsible para algunos investigadores. Sin embargo, en la práctica, lo acontecido fue totalmente sorpresivo para el común de las personas.
Así, la finitud y lo inesperado nos resitúan en una trama mayor que no comprendemos acabadamente, mucho menos dominamos.
Cuando el virus pase …
Sería interesante que cuando el virus regrese a sus cuarteles emerja en todos o casi, la capacidad de advertir el valor de la reflexión, la racionalidad, los vínculos, el contacto con la lógica, el pensamiento crítico y la importancia de revisar conductas, modos de vida y organización social que el virus hoy puso bajo la lupa.
También pensar en el mundo que vendrá y en su complejísima encrucijada que todos somos víctimas de una pandemia que ha desarticulado nuestro modo de vida, algo cambió para siempre.
La pandemia será controlada. La ciencia trabaja denodadamente y aunque todos estemos ávidos de soluciones rápidas y certezas tranquilizadoras, hay ocasiones en que lo más adecuado es ser escéptico. Pero persiste la incógnita: ¿qué paradigma de humanidad prevalecerá una vez superada la tragedia? ¿Replantearemos nuestras prioridades de vida o volveremos a entregarnos a los estupefacientes de la indiferencia, el egoísmo indiferente, la insensibilidad y las falaces dulzuras de la estulticia humana ?
No nos enojemos con el mensajero, prestémosle atención al mensaje. Deberemos acostumbrarnos a convivir con el enemigo invisible que no sabremos si ya se ha ido, ha mutado o ha sido reemplazado por otro más agresivo. Una vez más el universo nos interpela hacia dónde vamos y, si no nos gusta lo que estamos recibiendo, repasemos lo que estamos dando. Un maestro invisible nos ha venido a enseñar un nuevo camino, el futuro tan lejano, se nos vino encima.
(*) Consultor en Gastroenterología Jefe de Servicio Gastroenterología Hospital Privado de Comunidad.